lunes, 28 de febrero de 2011

El tirano que compró a Occidente


En Italia nos respetan. En Estados Unidos nos respetan!", bramó el coronel, tocado con un turbante y blandiendo iracundo ora el Libro Verde, ora la funda de las gafas. "¡Dejad de aplaudir y escuchad lo que digo!". Su grito resonó en el vacío de las ruinas del palacio-cuartel bombardeado por Estados Unidos en 1986. Eran otros tiempos: Muamar el Gadafi era entonces el gran promotor del terrorismo internacional, un gobernante paria, el "perro loco" de Ronald Reagan. Hace solo dos años, el coronel llegó a la cumbre del G-20 como invitado especial a la reunión celebrada en L'Aquila (Italia), y los líderes del mundo occidental se rifaban un encuentro de cinco minutos con él. Ahora, las cosas han cambiado otra vez. En las ciudades de Libia es el Ejército de la Jamahiriya el que usa los helicópteros, tanques, misiles, granadas y cazas vendidos por las potencias occidentales para reprimir a sangre y fuego las protestas de los ciudadanos que exigen el final de un régimen que dura 41 años.
Mil muertos, decenas de millares de heridos... Nadie lo sabe a ciencia cierta. Quizá nadie lo sabrá hasta dentro de algunos años. Las milicias de Gadafi están borrando las pruebas del terror, y el tirano que escupía amenazas y disparates a la cámara es hoy un agente importante en la escena económica y financiera global. Un socio de peso para muchas empresas y países de Occidente. Su principal socio comercial es Italia, el segundo es Alemania. Y sobre todo, Libia es el octavo Estado mundial en reservas de petróleo, con 44.300 millones de barriles por extraer, y el decimoctavo en producción, con 1,65 millones de barriles diarios.
Gadafi tiene razón en sentirse respetado en Estados Unidos; y en Italia, pero también en Reino Unido, donde ha invertido en sectores como educación, prensa, fútbol o inmobiliario. O en España, que en 2007 firmó acuerdos para vender armas a Trípoli por valor de 1.500 millones de euros y confiaba en cerrar contratos comerciales por un monto de 12.300 millones, según revela un cable secreto del portal Wikileaks despachado por el embajador de Estados Unidos en Madrid.
El líder de la revolución libia empezó el siglo XXI en lo alto de las listas de apestados internacionales y de Estados terroristas, pero su metamorfosis ha sido meteórica: hace solo una semana era un ejemplo de inversor civilizado y empático. Lo dijo en público el verano pasado Cesare Geronzi, presidente de Generali y prohombre de las finanzas italianas: "No he conocido nunca socios mejores que los libios".
El baño de sangre ha cogido a la comunidad internacional con las manos en la caja. La crisis se está viviendo con creciente repulsa ciudadana en Washington y en la Unión Europea, que ultimaba ya su acuerdo comercial con Libia cuando Gadafi decidió resucitar su retórica genocida y su rostro de carnicero y contratista de mercenarios.
El lugar donde el estallido libio ha producido más temor e incertidumbre es Italia, quizá el país que más ostentosamente se ha comprometido con el régimen de Gadafi. En los dos últimos años, el primer ministro Silvio Berlusconi ha visitado ocho veces Libia, y el coronel ha plantado sus jaimas (tiendas nómadas) en Italia en cuatro ocasiones. La relación entre ambos ha sido en apariencia cálida, con la triste broma del bunga bunga (el rito erótico libio importado) como piedra de toque. El coronel ha puesto en el platillo de la balanza su tesoro personal-estatal acumulado en los últimos años con las ganancias del crudo, estimado en unos 50.000 millones de euros, y su compromiso para frenar la salida de inmigrantes. Il Cavaliere pudo cumplir así su promesa electoral (reducir la inmigración clandestina) y abrió de par en par las puertas de Italia a los fondos libios, ayudando a legitimarlos en los mercados internacionales y pilotando con mimo las inversiones más importantes.
La fuerza de la presencia de Gadafi en Europa -países de la UE importan casi el 90% del crudo libio- se pudo medir el pasado martes. Ese día sucedió un hecho raro en la historia del capitalismo. La Bolsa de Milán estuvo cerrada toda la mañana a causa de una nunca aclarada "avería técnica". El mercado de Piazza Affari paró por completo durante seis horas. Casi nadie entendía nada. El regulador pedía explicaciones, los brokers protestaban. Poco después se supo la verdad. No había tal avería, sino solo miedo al derrumbe de Gadafi. El cierre se produjo por temor a que se hundieran los títulos de las empresas italianas con intereses en Libia y de las sociedades en las que ha invertido el líder libio. El miedo es libre.
Tampoco Alemania se queda a la zaga: la canciller Angela Merkel dijo que el discurso de Gadafi fue "aterrador". Quizá le asuste menos saber que su país tiene todo tipo de negocios con Libia, que tocan al transporte, la construcción de infraestructuras turísticas y, por supuesto, el petróleo. Libia suministra algo más del 10% del crudo importado por Alemania: es su cuarto proveedor, después de la Rusia de Putin, Noruega y Reino Unido.
Nada nuevo bajo el sol. A toda costa pasta y poder, da igual lo que suponga conseguirla. Ha pasado siempre y volverá a pasar. Lo llaman realpolitik.
Gadafi y compañía.


Fuente: Miguel Mora, "El tirano que compró a Occidente" - 27 Febrero 2011. Artículo publicado en el diario "El País" (adaptado)

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