La
cuestión fundamental de todo sistema político es la legitimidad del sistema.
Como ha escrito S. M. Lipset:
La
legitimidad supone la capacidad del sistema para engendrar y mantener la
creencia de que las instituciones políticas existentes son las más apropiadas
para la sociedad. (…) Mientras que la efectividad es primariamente
instrumental, la legitimidad es evaluativa. Los grupos consideran un sistema
político legítimo según el modo en que sus valores se ajustan a los suyos.[1]
Si examinamos la sociedad
política occidental en el siglo XX, podemos identificar al menos siete factores
que, en varias combinaciones, han provocado la inestabilidad social y la
consiguiente pérdida de legitimidad del sistema político.
1. La existencia de un problema “insoluble”. El
problema de la desocupación del decenio de 1930 fue contemplado por la mayoría
de las sociedades como insoluble. Evidentemente, pocos de los regímenes
democráticos burgueses sabían qué hacer para combatir la crisis económica. Toda
la sociedad occidental estaba sumergida en la crisis por entonces. Solo la
aceptación de políticas económicas heterodoxas permitieron a estas economías
recuperarse. La crisis, obviamente, fue una de las fuerzas que llevaron al
fascismo en el decenio de 1930.
2. La existencia de un estancamiento
parlamentario. En Italia, Portugal y España, en las
décadas de 1920 y 1930, la persistencia de un estancamiento parlamentario,
creado por la polarización de fuerzas en la sociedad, impidió todo gobierno
efectivo y contribuyó a crear una sensación de desesperanza en el pueblo que
cristalizó en la acción de masas, el dictador autoritario o el golpe militar.
3. El crecimiento de la violencia privada. En
Alemania y otros países, la creación de “ejércitos” privados y el aumento de la
violencia desatada en las calles, no controlada por el gobierno, llevó a la
quiebra de la autoridad.
4. La disparidad de sectores. La
rápida industrialización en algunas zonas
y el retraso agrícola en gran escala en otras han llevado a una continua
inestabilidad.
5. Los conflictos multirraciales o
multitribales. Fuentes obvias de inestabilidad han sido
los conflictos en la India entre hindúes y musulmanes antes de la partición, y
posteriormente entre diferentes grupos lingüísticos; en Nigeria entre las
regiones que representaban a diferentes tribus; en Bélgica, entre flamencos y
valones; en Canadá, entre ingleses y franceses, etc.
6. La alienación de la intelectualidad.
Las élites culturales son portadoras de los símbolos integradores de la
sociedad, y el desencanto de esos grupos ha sido una característica de casi
toda situación revolucionaria. La derrota de batista fue en gran medida el
resultado de la oposición al régimen de las clases medias de la sociedad
cubana.
7. La humillación en la guerra.
Una derrota aplastante a menudo provoca el derrumbe de un sistema político,
como ocurrió en la Alemania imperial y la Rusia zarista, pero una derrota
parcial (o que se siente humillante) puede ser igualmente desintegradora. La
derrota de Rusia por Japón en 1905, que fue el primer caso de una potencia
occidental derrotada por una nación oriental desde las invasiones de Gengis Kan
y Tamerlán, significó una gran humillación psicológica para el país. En América
latina, la primera revolución desde que los mexicanos derrotaron al anciano
dictador Porfirio Díaz (en 1910) se produjo solo en 1952, con la revolución
nacional boliviana, a pesar del surgimiento anterior de movimientos
socialistas, comunistas, populistas e indigenistas entre las dos guerras
mundiales y durante la crisis. Sobrevino después de la derrota del país en la
Guerra del Chaco, derrota que sacudió las expectaciones y los valores
corrientes de la sociedad y llevó a la masa de jóvenes blancos de clase media,
y cholos a rechazar completamente la
política y los partidos tradicionales.
Y dentro de este marco, ¿qué
podemos decir del sistema político-económico vigente?
Fuente: “Las contradicciones
culturales del capitalismo”, Daniel Bell – Alianza Universidad, 1977; pp.
174-175.