martes, 27 de noviembre de 2012

La primavera de los pueblos




“Mi amor no precisa fronteras; como la primavera, no prefiere jardín.”, Silvio Rodríguez

Discutía recién con un amigo sobre nacionalismo. Y no pude evitar escribir una entrada cuando él me encaró con esta hermosa frase.

Ayer creo que muchos de los que ardíamos durante los últimos días en el fervor independentista, vimos nuestras ilusiones desplomarse tras el batacazo que recibió CIU. El pueblo catalán dijo que no, tirándonos así, de cabeza, de vuelta a la realidad.

Sin embargo, una vez superado el primer resplandor, se da paso a la reflexión. ¿Fue egoísta el plan de Mas?, ¿es egoísta la independencia?, pero por otro lado, ¿qué otra reacción le quedaba ante la negativa del PP al pacto fiscal?, y además ¿no es la autodeterminación un derecho básico?

La patria…, dícese de esa tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos. Habrá quien niegue su existencia, y la repudie como una mera “invención” humana. Pero ni el más apátrida, puede dejar de extrañar, ni aunque sea un poco, a la tierra que lo amamantó. Hay quien se sentirá más o menos vinculado con esta, con sus costumbres y tradiciones, con su lengua y cultura. Esto también dependerá de la propia idiosincrasia local, de la educación particular recibida, de las circunstancias singulares que pueda atravesar la cultura en la que se haya nacido, de cuestiones ideológicas…

Se dice que es egoísta amar a tu patria, debiéndose amar a toda la humanidad. No obstante, en la mayoría de los casos, la hipocresía rebasaría a quien quiera que dijera esta frase. Y además “¿encima que ya llegaste a la luna, te exigen ahora que llegues al sol?”. Puesto que lo utópico es una irrealidad, seamos más prácticos. Aristóteles decía que la mejor cualidad de una sociedad es una cierta amistad entre sus componentes. ¿No resulta sencillo lograr la amistad a partir de una condición cultural?

Eso es lo que los pensadores románticos creyeron, terminando por ser precursores de las más terribles guerras y genocidios jamás habidos. Porque el amor es ciego e irracional, y la pasión obcecada y fanática. Al menos en un nivel extremo, en el que no se atiende a otra realidad, y el militante racionalmente convicto se convierte en guerrero incondicional. Donde los opuestos se tocan, y el amor a lo propio degenera en odio al diferente.
Y a acción extrema, reacción igualmente extrema. “Gritaré que ardan las banderas”: proteger la lengua introduciéndola en la vida institucional va contra la libertad, reclamar el reconocimiento la propia entidad cultural es egoísta, y llamar a un referéndum es antidemocrático. Como decía, en ese punto donde los opuestos se tocan, ¿no se trata este del discurso más característico de un ultranacionalista, que busca acallar a las minorías que horadan su territorio? Así es, el ultranacionalista es también antinacionalista, o mejor dicho, anti otros nacionalismos.

Tampoco voy a dejar exento de crítica al más apátrida, que olvida el valor de la interculturalidad humana, y menosprecia toda lucha por la autodeterminación. ¿No acaba asemejándose este a un títere globalizador, partidario de la uniformización cultural?

La primavera de los pueblos, que caminan juntos hacia el internacionalismo, tampoco precisa de fronteras.


“La uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida.”, Mijail A. Bakunin

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